CABO

Cabo también nació en ese lugar inhóspito donde fueron encontrados, una fábrica abandonada que no ofrecía ninguna protección. Él era uno de los más frágiles: sus huesitos se notaban al tocarlo y su mirada, aunque tierna, reflejaba mucha incertidumbre. Pero incluso así, cabía en él una fuerza silenciosa que terminó salvándole la vida.

Cuando llegó a su casa de acogida, no sabía aún lo que era descansar en una cama calentita ni recibir caricias suaves. Pero en pocos días comenzó a confiar, a comer mejor, a jugar con sus hermanos y a descubrir que el mundo no siempre es un lugar hostil. Cabo floreció con amor y cuidados, mostrando su parte más tierna y dulce.

Ahora, sano y feliz, Cabo solo necesita dar el último paso: encontrar un hogar definitivo. Un lugar donde lo quieran, lo protejan y lo acompañen mientras sigue creciendo y dejando atrás para siempre aquel comienzo tan duro.